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Tragedia Libanesa

La antigua "Suiza del Medio Oriente" se debate en una profunda crisis

Publicado: 2020-08-05

Líbano era conocido como la “Suiza del Medio Oriente”, por su boyante economía que siempre ha girado fundamentalmente en torno a sus bancos y al turismo.  

Su territorio formó parte del imperio otomano hasta que éste fue disuelto por los vencedores de la Primera Guerra Mundial. Francia asumió su administración en 1920 bajo mandato de la novísima Sociedad de las Naciones, hasta la proclamación de la independencia en 1943.

Su población está compuesta de alrededor de un 35% de cristianos, 30% de musulmanes sunitas y otro tanto de musulmanes chiitas, mientras que los drusos, que profesan una religión propia, representan aproximadamente el 5%. Sobre esa base, el sistema político actual tiene reservada la presidencia de la República a los cristianos, el cargo de primer ministro a los musulmanes sunitas, y el de presidente del Parlamento, a los musulmanes chiitas.

El país fue desestabilizado muy temprano por la llegada de decenas de miles de refugiados palestinos tras la creación del Estado de Israel en 1948, añadiéndose a las tensiones políticas existentes que condujeron a conflictos ya en la década de 1950 . En 1975, estalló la guerra civil que se extendió hasta 1990. En medio de ella, en 1982, Israel envió sus tropas para desalojar a la Organización de Liberación Palestina de Yasser Arafat que había establecido su cuartel general en la capital Beirut y mantuvo la ocupación parcial del sur hasta 2,000. Siria, por su parte, que nunca aceptó totalmente la independencia del país por considerarlo parte de su territorio, mantuvo también tropas entre 1976 y 2005, y ejerce gran influencia política, así como Irán, especialmente a través del Hezbolah, grupo político armado musulmán chiita creado en 1983 y catalogado en occidente como terrorista. En 2006, Israel atacó a esta organización, bombardeando profusamente, como parte de su operación, las infraestructuras civiles libanesas. Con el estallido de la guerra civil en Siria, llegaron alrededor de 1,5 millones de refugiados, otro gran shock, más aún, teniendo en cuenta que la población total está en torno a los 7 millones.

En otro plano, entró en escena, en 1990, Riad Salamé, otro de los protagonistas esenciales del drama libanés, quien asumió la cabeza del Banco Central. Desde ahí estableció un modo de reflotamiento artificial de las arcas públicas, a través del endeudamiento masivo alimentado por el ofrecimiento de tasas de interés muy por encima de lo normal, lo, que, aparejado al anclaje al dólar de la libra, la moneda nacional, atrajo ingentes cantidades de capital con fines meramente rentistas. Así, el país se volvió un paraíso infernal, con bonanza, sí, pero, construido sobre una burbuja. El año pasado, la realidad terminó de irrumpir y la fiesta terminó, llevando al empobrecimiento masivo de la clase media y a la miseria absoluta a las categorías más bajas. Como consecuencia, estalló un movimiento de protesta que llevó a la caída del primer ministro Saad Hariri en enero pasado, y su reemplazo por Hassan Diab. La pandemia ha agravado aún más la situación.

Desde diversos sectores se reclaman profundas reformas, pero la clase política, compuesta, en buena parte, de antiguos jefes de guerra, así como los bancos, se oponen a ellas, porque se han beneficiado del sistema. Incluso, han rechazado la posibilidad de un rescate por el FMI porque estaría condicionada precisamente a la realización de grandes cambios. Hace unos días, el ministro de relaciones exteriores de Francia, viajó a Beirut, y, dejando de lado las formas diplomáticas en sus encuentros con las autoridades, señaló que su país estaba dispuesto a ayudar al Líbano, pero que no lo haría sin un acuerdo con el FMI.

Las explosiones en el puerto de Beirut, que han afectado a la mitad de la ciudad, con un saldo de muertos, heridos y destrucciones, aún por precisar, tendrán también, sin duda alguna, efectos políticos considerables. 

Esperemos que el país pueda escapar a su trágico destino y reconstituirse sobre bases sanas en todo sentido. Ello depende, no solo de las fuerzas internas, sino, también, de las externas. 


Escrito por

Francisco Belaunde Matossian

Analista político internacional. Profesor en las universidades Científica del Sur y San Ignacio de Loyola


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