Es un hecho establecido a lo largo de los años, que ningún avance substancial se puede dar en la Unión Europea sin que Francia y Alemania estén en la misma sintonía. Ambas conforman, de facto, la dupla que, en gran medida, marca la pauta. Es decir, constituyen el motor principal de la nave europea.   

El problema es que la máquina se descompone con cierta frecuencia, pues, como es natural, se producen recurrentemente momentos de discrepancia entre los gobiernos de ambos países.

Es lo que ha venido ocurriendo en los últimos años, entre el presidente Macron, imbuido de un espíritu reformador atropellador, y la canciller Merkel, que se ha mostrado bastante cómoda con el statu quo.

Los desencuentros son aún más comprensibles si se tiene en cuenta que las realidades macroeconómicas de Francia y Alemania son distintas.

La primera pertenece, o tiene un pie, en lo que algunos ven como el “club del sur”, que reúne a países como Italia, Grecia y España, entre otros, que se caracterizan por su “dispendio” y sus cuentas fiscales tradicionalmente en rojo.

La segunda es parte del “grupo de los frugales”, según la terminología en curso, que reúne, además, a los Países Bajos, Austria y Dinamarca, entre otros, y, que, por el contrario, suelen mantener sus cuentas ordenadas.

Ante la pandemia del COVID-19 y sus catastróficas consecuencias económicas, los “sureños” tienen el agua hasta el cuello, mientras que los “norteños” o “frugales” la tienen hasta la cintura y, por lo tanto, están llamados a recuperarse más rápidamente.

Los incesantes llamados a la solidaridad, dirigidos desde capitales como Paris, Roma y Madrid a Berlín y La Haya, para que, además de su contribución a los mecanismos de ayuda de las instituciones europeas, aceptaran sumarse a una emisión colectiva de “coronabonos” destinada a financiar la recuperación de los más frágiles, no encontraron eco.

De pronto, el lunes 18, Macron y Merkel propusieron conjuntamente un plan de ayuda, de un valor de 500 mil millones de euros recaudados mediante la emisión de bonos, ya no por los países miembros, sino por la propia Unión Europea, a través de su órgano ejecutivo, la Comisión. De esta manera, aunque bajo un mecanismo distinto, se alcanzaría el objetivo de la solidaridad; a la vez, se estaría operando una revolución en el manejo presupuestario de la organización.

Más aún, el plan comprende también la idea de establecer una mayor coordinación en materia de salud para enfrentar epidemias, a lo que se añade, en materia industrial, el reforzamiento de las capacidades de las empresas de sectores tecnológicos y otros considerados estratégicos, para hacer frente a la competencia de Estados Unidos y China, en particular. En buena cuenta, se trataría nada menos que de un nuevo relanzamiento de la Unión Europea apuntando a una profundización de la integración.

El anuncio ha sido hecho en un contexto en el que la organización está sujeta, desde antes de la pandemia, a varios embates y controversias internas que amenazan con llevarla, incluso, a su disolución, según los temores de muchos. El último golpe provino hace menos de dos semanas, de Alemania precisamente, cuando su tribunal constitucional emitió un fallo que cuestiona algunas medidas del Banco Central Europeo; ello, en contradicción de la jurisprudencia del Tribunal de Justicia de la Unión, lo que abre la puerta al quiebre del espacio jurídico europeo.

Es fácilmente imaginable la incomodidad de Ángela Merkel ante tamaño suceso. Si, ya, últimamente, venía dando signos de estar buscando una mejor respuesta al reclamo de los países del sur, el último acontecimiento ha sido, muy probablemente, el empujón final que necesitaba.

Y, ciertamente, su iniciativa conjunta con el mandatario francés no podía ser más oportuna. Claro está, falta entrar en los detalles, y hay todavía bastante camino por recorrer antes de que sea aceptada y se materialice, lo que ni siquiera es seguro que ocurra. Las negociaciones al respecto se anuncian muy arduas; el resto de los “frugales” ya han expresado su escepticismo.

Sin embargo, es una gran noticia que el motor franco-alemán haya prendido de nuevo. Solo cabe esperar que tenga la suficiente potencia como para permitir a la nave europea surcar las aguas en medio de la feroz tormenta que la sacude, y llegar, fortalecida, a buen puerto.