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Cataluña, Europa y el Estado-nación

Publicado: 2017-10-09

El mapa europeo de nuestros días es producto de la milenaria historia de guerras, matrimonios, sucesiones hereditarias y pactos entre señores feudales, reyes, emperadores y gobernantes en general que han hecho pasar territorios de un dominio a otro, con poca o ninguna consideración por la voluntad de las poblaciones. No se han dado referéndums en ese proceso y en no pocos casos se dieron con expulsiones y traslados masivos de habitantes, en particular en el centro y el este del continente. Ello, incluso en pleno siglo XX, en particular con ocasión de las dos guerras mundiales.  

Ciertamente, las divisiones territoriales actuales corresponden en buena parte a las identidades colectivas dominantes forjadas a lo largo del tiempo y que dieron lugar a los conceptos de “nación” y de “Estado-nación”. No obstante, como resultado de lo señalado más arriba, diversos grupos quedaron repartidos entre dos o más estados, constituyéndose así minorías étnico-culturales. Un ejemplo es el de los húngaros de Transilvania, provincia perteneciente a Rumanía.

Por otro lado, también existen identidades regionales dentro de diversos países que dan lugar a reivindicaciones por un mayor reconocimiento de parte de las autoridades centrales, y que han ido resolviéndose, según los casos, sea, por ejemplo, por medidas como el rescate de idiomas y dialectos antiguos, como en Francia, respecto del bretón o el vasco, entre otros, y/o, por el establecimiento de autonomías administrativas y políticas de mayor o menor alcance. Un caso emblemático de esto último es, obviamente, el que se da en España. Sin embargo, los reclamos también pueden llevar hasta la búsqueda de la secesión y la conformación de un Estado independiente, como exigen actualmente determinados sectores en Cataluña, liderados por el gobierno autónomo.

En última instancia, siempre se puede imaginar que todas las identidades colectivas den lugar a la fundación de nuevos Estados, por más pequeños que éstos sean, pero ello daría lugar a un desorden político-económico-social mayúsculo en el Viejo Continente y a una vorágine nacionalista que podría conducir incluso a una guerra generalizada aunque solo fuese por la cuestión de las delimitaciones fronterizas.

Felizmente, en Europa predomina el sistema democrático que es el mejor marco para atender y resolver las reivindicaciones locales sin llegar a situaciones límites, aunque algunos políticos, como ahora en Cataluña, busquen llevar adelante sus proyectos fuera de los cauces institucionales y pasando por encima de la voluntad de sectores importantes, cuando no mayoritarios, de las poblaciones que dicen representar.

No sucede lo mismo en otras partes del mundo, como en África y en Asia en las que son innumerables los casos de grupos étnico-culturales que son objeto de discriminación, persecución, “limpiezas étnicas” y hasta de masacres por parte de los gobiernos centrales. Lo vemos de distintas maneras, en lugares como Camerún y Birmania y también, por supuesto, en Cisjordania, donde los palestinos, a la par de ver negado su derecho a un Estado propio, son víctimas del robo cada vez mayor de sus tierras, entre muchos otros atropellos, por la potencia ocupante Israel, ante la inacción de la comunidad internacional.


Escrito por

Francisco Belaunde Matossian

Analista político internacional. Profesor en las universidades Científica del Sur y San Ignacio de Loyola


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