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Pelea de pulpos por los despojos del Estado Islámico

Publicado: 2017-08-11

La lucha en Siria y en Irak contra la organización “Estado Islámico”, también conocida como “ISIS” y “Daesh”, está siendo aprovechada por varios de sus protagonistas para extender sus tentáculos en ambos países, buscando hacer valer intereses geopolíticos propios, los que incluyen ambiciones territoriales. Ello hace aún más compleja la situación que se vive en la zona, ya bastante confusa, particularmente en Siria, donde, desde 2011, se libra una sangrienta guerra civil entre la dictadura de Bashar Al Assad y sus aliados por un lado, y decenas de grupos rebeldes, por el otro, que, por cierto, lejos de conformar una unidad, se enfrentan entre ellos con bastante frecuencia.  

El escenario se hace aún más enredado si, como parte de lo anterior, se consideran las rivalidades entre las dos grandes ramas de la religión musulmana, la sunita y la chiita. Debemos recordar, a ese respecto que el Estado Islámico es un caso especial, pues constituye una versión ultra minoritaria de la primera corriente, y está en guerra contra todos, incluyendo a los demás sunitas que no se le pliegan.

Veamos sucintamente quiénes son los principales actores de la lucha contra ese grupo terrorista, y qué otros intereses los motivan.

Empecemos por los kurdos que, siempre es bueno recordar, no son árabes, sino un pueblo étnicamente cercano a los turcos; como éstos, son abrumadoramente musulmanes sunitas, es decir, que también adhieren a la corriente mayoritaria del Islam; no obstante, tienen idioma y cultura distintos. Suman alrededor de 40 millones de personas, pero, al no contar con un Estado propio, están repartidos sobre todo entre Turquía, Irak y Siria, aunque también existen en menor número en Irán y Azerbaijan.

En Irak, cuya población es, en su gran mayoría, árabe, los kurdos constituyen una minoría de alrededor de cinco millones, concentrándose en la región denominada, precisamente, Kurdistán, ubicada al norte del país, de facto independiente respecto del gobierno central desde hace más de 25 años, y con la aspiración de proclamarse formalmente como un Estado. Con ese fin, sus autoridades han convocado a un referéndum de autodeterminación para septiembre próximo. No obstante, sus objetivos van más allá, pues también pretenden quedarse con ciudades y territorios que han ocupado con ocasión de la lucha contra el Estado Islámico y cuya población no es mayoritariamente kurda sino árabe, como Kirkuk, en cuyos alrededores se sitúan importantes campos de petróleo.

En Siria, país también abrumadoramente árabe, los kurdos se ubican igualmente al norte, a lo largo de gran parte de la frontera con Turquía. Su organización más representativa, denominada “Unidades de Protección Popular” (YPG), ha asumido un papel de primer orden en la lucha contra el Estado Islámico en la zona, contando para ello con el decidido apoyo de Estados Unidos. En paralelo, también busca crear una región autónoma en los territorios retomados a los terroristas. Lo curioso es que mantiene una mala relación con el Kurdistán iraquí, al punto de enfrentársele militarmente en la frontera sirio-iraquí. El YPG está vinculado al Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK) de Turquía, de tendencia marxista-leninista y que libra desde hace décadas una guerra para obtener la autonomía de las regiones mayoritariamente kurdas del este de Turquía.

Precisamente, el régimen turco de Recep Tayyip Erdogan, también busca extender sus tentáculos, mediante el envío de tropas a Siria para, en principio, participar de la lucha contra el Estado Islámico, en adición a su colaboración con las fuerzas aéreas de la coalición internacional liderada por Estados Unidos. No obstante, su principal objetivo es frenar el avance del YPG, con el riesgo de entrar en conflicto con su aliado norteamericano. No solo eso, al otro lado de la frontera, Ankara tiene tropas estacionadas cerca de la zona de Mosul, en donde vive una minoría turkmena, ignorando las protestas del gobierno iraquí. Ello le permite aspirar a jugar un papel en la definición del futuro de Irak y de la parte norte en particular.

Mientras tanto, Irán, que es el país abanderado de la rama chiita del Islam, y cuya población, vale también la pena recordar, no es árabe sino persa en su inmensa mayoría, está empeñado en consolidar un espacio de influencia a través del apoyo a los chiitas de la región, chocando en ese esfuerzo con la potencia sunita, Arabia Sunita, que tiene sus propias ambiciones geopolíticas. Irán es un actor clave en los conflictos de Irak y Siria, no solo por su influencia sobre el gobierno iraquí, sino también por su apoyo a las milicias chiitas de Irak que, junto con las tropas gubernamentales participan en la lucha contra Daesh. Además, como se sabe, en Siria, es un aliado fundamental del régimen de Bashar Al Assad aportándole el concurso de su Guardia Revolucionaria, así como de milicias chiitas iraquíes y afganas bajo su control. A ello se añade la intervención de su socio, el poderoso grupo libanés chiita, Hezbollah, al cual financia y provee de armamentos.

A estos actores regionales, se suman Rusia y Estados Unidos.

La primera, aliada tradicional del régimen sirio, busca ante todo conservar las bases militares que éste le concedió: una naval, abierta hace 40 años, y otra, aérea, establecida tras su entrada en escena en la actual guerra civil. Su interés en los territorios que están siendo retomados al Estado Islámico es básicamente que vuelvan a manos del gobierno sirio, lo que implica mantener a raya a Turquía y también a Irán que, no obstante ser su aliado en la guerra, tiene, como indicamos, su propio juego. Sin embargo, a la vez, Rusia no desaprovecha la ocasión para hacer negocios, ofreciendo a sus empresas petroleras, áreas todavía ocupadas por el Estado Islámico, a cambio de que sean ellas las que se encarguen de liberarlas, con el concurso de empresas, también rusas, proveedoras de mercenarios.

Estados Unidos, por su parte, está centrado en la lucha contra el Estado Islámico, aunque evitando verse directamente involucrado más allá de lo necesario en el terreno. No quiere repetir la experiencia de la invasión de Irak en 2,003, por lo que privilegia los ataques aéreos, combinados con operaciones de fuerzas especiales y apoyo a sus aliados en Siria e Irak. A ello se añade sin embargo, su preocupación por la expansión de Irán al que ve como una amenaza, a pesar de que ambos países combaten al mismo enemigo.


Escrito por

Francisco Belaunde Matossian

Analista político internacional. Profesor en las universidades Científica del Sur y San Ignacio de Loyola


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