De necesidad pública: civilizar el debate
Entendámonos: el debate público nunca será un té de tías. Ciertamente, lo ideal es que las discusiones se den siempre con el tono, las maneras y la racionalidad que prevalecen en los ámbitos académicos y técnicos, pero eso es una utopía en las arenas mediática y política, así como en las redes; no solo porque en ellas los ánimos combustionan rápidamente, sino también porque tan o más importante que el fondo de las controversias, es la búsqueda del golpe más contundente al adversario y del mayor impacto en el público. Es decir, en gran medida, las discusiones político-mediáticas son performances boxísticas a la vez de actorales, además de ejercicios de vanidad.
No obstante, constatar lo anterior como un dato de la realidad, no significa renunciar al empeño por mejorar la calidad del debate, y, antes de eso, por evitar que caiga a niveles aún más bajos, reafirmando la imperiosa necesidad de no sobrepasar determinados límites en el intercambio de dichos. En ese sentido, lo ocurrido con Phillip Butters tiene valor pedagógico.
Como es obvio, nadie razonable pretende negar al conductor de radio su derecho a la libre expresión, pero sus insultos son inaceptables. Aunque, tras su despido de Radio Capital, haya sido raudamente contratado por Radio Exitosa y Willax, de todos modos las reacciones de varias de sus antiguas empresas auspiciadoras, así como de un buen número de ahora ex columnistas de Diario Exitosa, entre los que me encuentro, además de las de numerosos sectores, han constituido una manifestación de rechazo indispensable para toda sociedad con un mínimo de sentido del honor.
De aquí en adelante, es urgente reducir las crispaciones actuales que nos conducen a la parálisis y a la autodestrucción como país. No se trata solo de frenar las invectivas y las frases discriminadoras, sino también las acusaciones infundadas que pueden constituir difamaciones abiertas, o, las más de las veces, encubiertas, a través de la insinuación. Ello implica prudencia a la hora de escoger los términos que se usan, no solo desterrando las groserías, sino también evitando abusar de calificaciones como la de “corrupto”, como se hace en todas las orillas del espectro político-mediático, y que, como se sabe, tiene el efecto colateral y paradójico de jugar a favor de la corrupción. Más allá de eso, evitemos las generalizaciones en las críticas o acusaciones a los del frente, sean estos fujimoristas, liberales, izquierdistas o apristas.
Por cierto, el uso de la expresión “Derecha bruta y achorada” o “DBA”, no ayuda. Tampoco lo hace el tono de algunos artículos en torno a la controversia sobre el currículo escolar, como uno publicado en el Dominical del diario El Comercio, por el escritor Jerónimo Pimentel, bajo el título “Manifiesto”; aunque contiene consideraciones válidas en torno a la separación de la Iglesia y del Estado, al referirse al campo de los “Con mis hijos no te metas”, solo menciona a los “cabecillas de la fachada evangélica” que incitan a crímenes de odio, a los “delincuentes” y a “los miserables”. De manera más inquietante aún, dice que, a “la creencia ajena”, “se la cerca, se la domestica, se la encapsula”. Usualmente, el término “domesticar” remite a “salvaje”, y, “encapsular” remite a “tumor canceroso”. ¿Es esa la visión que tiene el autor de la creencia que él no comparte, incluso política, o, en todo caso, de la religión? Claro, podrá decirse que hay que tomar esa frase en el contexto del resto del artículo, pero, aun así, no suena nada bien. Tampoco el lirismo de combate al hablarse de una batalla entre “ellos, los que tienen miedo” y “nosotros, los que tenemos amor”.
Más útil es mostrar empatía como requisito para el diálogo, hacia aquellos creyentes divididos entre sus convicciones republicanas y algunas reglas de su fe, o más allá, las personas que, sin ser religiosas, no se sienten cómodas ante la homosexualidad, como lo hizo Santiago Pedraglio en su última columna en Perú 21.
También en el terreno del debate público, respecto de cualquier tema, es mejor construir puentes antes que muros, sin que ello implique renunciar a principios fundamentales de toda sociedad democrática.