El dictador de Bielorussia, Alexander Lukashenko, se encuentra en serios apuros ante el movimiento de protesta desatado tras su cuestionada victoria electoral del 9 de este mes que le dio un nuevo mandato como presidente de su país, cargo que ejerce desde 1994. Para evitar ser destronado, parece estar dispuesto a recurrir a la intervención de Rusia.    

A ese respecto, el Kremlin ha hecho saber que Vladimir Putin sostuvo una conversación con su par de Minsk, durante la cual se evocó la “interferencia externa en Bielorussia” y la posibilidad de activar un tratado de defensa colectiva existente entre algunas repúblicas ex soviéticas.

Es decir, podría regresarse a un escenario de la Guerra Fría en el que Moscú interviene contra una revuelta popular en un país que quiere mantener en su órbita, tal como ocurrió en Hungría en 1956, y en la antigua Checoslovaquia, en 1968, aunque sin, necesariamente repetir el dramático expediente del envío de tanques como en aquellas oportunidades.

Lo curioso es que, desde hace buen tiempo, Lukashenko había estado dando continuas muestras de resistir a la pretensión de Putin de promover una integración aún más estrecha entre sus respectivos países. Se había acercado a Occidente como una manera de hacer menos asfixiante el fraternal abrazo de su poderoso vecino. Incluso, con ocasión de la última campaña electoral, denunció que mercenarios de la ya muy famosa empresa de seguridad Wagner, perteneciente a un empresario aliado del mandamás ruso, habían sido enviados para interferir en los comicios.

Parece que la perspectiva de ser desalojado del poder, ha hecho que su nacionalismo se desvanezca.

Por su parte, los países occidentales observan con preocupación la situación. La OTAN se ha pronunciado en ese sentido y la Unión Europea contempla la aplicación de sanciones. El gobierno norteamericano también ha alzado la voz.

Ciertamente, para Vladimir Putin, que acaba de dar un golpe propagandístico con reminiscencias de la era soviética, mediante el lanzamiento apresurado de la vacuna “Sputnik V” contra la COVID-19, lo que ocurre en Bielorussia tiene todos los visos de una pesadilla que se repite. Tiene una gran aprensión ante las revoluciones en los países vecinos, no solo por la llegada al poder de líderes pro occidentales, como en Georgia y en Ucrania, sino, también, por el posible efecto contagio en sus propios predios. Precisamente, desde hace unas semanas, ha venido haciendo frente a continuas manifestaciones de protesta en la ciudad oriental de Khabarosk, tras el arresto del popular gobernador regional.

En estos momentos, en el círculo íntimo del poder moscovita debe estar sopesándose muy cuidadosamente todas las opciones posibles. Hay una oportunidad de atar aún mas a Bielorussia a Rusia, pero los costos de una intervención, bajo la forma que sea, pueden ser muy altos y no necesariamente, sería exitosa. Por otro lado, dejar que caiga Lukashenko, puede ser muy riesgoso.

En todo caso, estamos ante un posible nuevo foco de tensión entre Occidente y Rusia que sería perdurable y muy peligroso.