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Brexit: épica nacionalista y realidad económica

Por ahora, no se vislumbra el "futuro dorado" del Reino Unido prometido por los promotores del Brexit

Publicado: 2020-02-10

Tras el referéndum de 2016 que decidió la salida del Reino Unido de la Unión Europea, el pueblo británico fue puesto en el diván por los comentaristas políticos locales y de varios lugares del mundo, convertidos para la ocasión en psicoanalistas de masas; y es que la opción del Brexit apareció rápidamente como irracional y hasta autodestructiva.  

Según el diagnóstico en el que muchos coincidieron, un factor importante del triunfo de los “leavers” sobre los “remainers”, habría sido la nostalgia por el pasado imperial inglés, que seguiría anidada en el ánimo de buena parte de la población, especialmente la de mayor edad. La añoranza por ese período de gloria es poco compatible con la pertenencia a la Unión Europea que implica ceder espacios de soberanía.

Claro está, se ha hablado de otras motivaciones más explicitadas a través de los sondeos, como el rechazo de la inmigración proveniente de países como Polonia, y la desesperación por la pérdida masiva de empleos en regiones antiguamente industriales y prósperas, entre otras. Cada sector del electorado tiene sus razones para votar en un sentido u otro. No se puede olvidar tampoco que el resultado de la consulta fue muy apretado y, en ese sentido, el psicoanálisis solo aplicó a la mitad de los británicos.

Sin embargo, es indudable que la fibra nacionalista fue explotada profusamente por los líderes políticos partidarios del Brexit durante la campaña para el referéndum, y es agitada actualmente para pintar con colores atractivos el futuro que le espera al Reino Unido. No faltan los que hacen alusión al período de la resistencia británica al Blitzkrieg en 1940, estableciendo de manera insultante un símil entre la lucha contra los nazis y el alejamiento de una organización a la que pretenden ver prácticamente como una estructura al servicio de Alemania.

La verdad es que hay muy poco de gesta heroica en la adopción de la decisión de salirse de una asociación a la que se entró voluntariamente y de cuyas decisiones se ha sido partícipe plenamente, sin que, por lo tanto, se pueda hablar de imposiciones. Ello, por cierto, más allá de la plena legitimidad de la determinación de un país soberano de desligarse de cualquier organismo.

La realidad es bastante más prosaica. El Brexit significará para el Reino Unido reformular sus relaciones comerciales y económicas en general, no solo con la Unión Europea, sino con el mundo, con todo lo que ello implica en términos de negociaciones intensas y de la elaboración de un nuevo entramado de miles de normas y procedimientos burocráticos para adaptarse a la nueva situación. Es decir, hay un esfuerzo considerable y costoso por delante para el Estado y las empresas, a lo que se añaden otras contingencias y posibles efectos colaterales, como la independización de Escocia y la reunificación de Irlanda, sin que aparezca nada claro que se vaya a obtener a cambio un resultado favorable que marque una gran diferencia en términos de crecimiento y dinamismo económicos respecto de la situación actual. Por el contrario, es muy posible que, en ese terreno, la gracia termine siendo negativa para el reino, más aún, teniendo en cuenta que el mercado europeo representa el 48% de las exportaciones británicas. A ello, se añadirían consecuencias geopolíticas indeseables como la pérdida de peso e importancia frente a potencias como Estados Unidos, China y Rusia en particular.

Así, estaríamos ante un impromptu nacionalista totalmente contraproducente, lo que no sería sorprendente. No obstante, no se puede descartar del todo una evolución distinta y que el tiempo termine dando la razón a los “brexiters”, lo que alentaría a los euroescépticos de otros países. Está claro que la Unión Europea enfrenta un gran reto y deberá encontrar la forma de enfrentarlo adecuadamente. Su supervivencia está en juego.


Escrito por

Francisco Belaunde Matossian

Analista político internacional. Profesor en las universidades Científica del Sur y San Ignacio de Loyola


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