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Irán: el factor israelí

El lobby que condiciona la política de Trump frente a Irán 

Publicado: 2020-01-10

Al dejar de depender del petróleo del Medio Oriente durante los últimos años de la administración de Barack Obama, Estados Unidos redujo su interés en la región, pasando a priorizar el sudeste asiático y su rivalidad con China. Sin embargo, dos aspectos mantuvieron su atención en la zona: el programa nuclear iraní y la lucha contra el Estado Islámico.  

El primer tema fue resuelto, por lo menos temporalmente, mediante el acuerdo suscrito en 2015 entre el régimen de los Ayatolás, por un lado, y los 5 países miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, además de Alemania, por el otro, y que estableció medidas para evitar que Irán pudiera construir bombas atómicas, a cambio del levantamiento de las sanciones económicas que le habían sido impuestas.

El segundo significó que Estados Unidos enviara nuevamente tropas a Irak e interviniera en Siria, mediante bombardeos aéreos y acciones de fuerzas especiales en tierra, en el marco de una coalición internacional.

Al llegar al poder, Donald Trump, a tono con su lema de campaña “America First”, hizo saber que su país dejaría de ser el gendarme del mundo, por lo que ya no seguiría involucrándose en los problemas del planeta. En esa línea, no sólo puso en duda la firmeza del compromiso norteamericano de defensa mutua con sus aliados, sino que, también, emprendió una política tendiente a la retirada militar de escenarios como Afganistán y Siria.

Contradictoriamente, sin embargo, el actual inquilino de la Casa Blanca abrió un nuevo frente para su país, al reactivar la controversia con Irán, desconociendo el acuerdo nuclear y reimplantando sanciones económicas, a pesar de que el gobierno de Teherán estaba cumpliendo su palabra. Para intentar justificar la violación del pacto, Trump se refirió, entre otras razones, a la política intervencionista iraní en el Medio Oriente, a través del apoyo a diversos grupos armados, en particular chiitas. Es decir, con su decisión, el mandatario no solo le reasignó una tarea de policía a su país, sino que terminó arrastrándolo a un conflicto armado que, si bien parece haber sido contenido en los últimos días, podría escalar nuevamente en cualquier momento, porque la vía de la negociación está bloqueada sin solución a la vista.

La razón de esa contradicción tiene un nombre: Israel.

El Estado hebreo mantiene una guerra de baja intensidad con la República Islámica que se niega a reconocerlo y ha prometido borrarlo de la faz de la tierra. El gobierno de Benjamín Netanyahu se opuso desde el inicio al acuerdo nuclear, alegando que le permitiría a los ayatolás contar con la bomba atómica en brevísimo plazo, en contradicción con lo observado por los inspectores de la ONU que monitoreaban el cumplimiento del pacto. Hay que recordar, además, que la principal milicia pro iraní en la región, el Hezbolah, amenaza el territorio israelí desde el Líbano.

Como se sabe, una parte importante del electorado de Donald Trump pertenece a aquel sector evangélico que estima que la segunda venida de Cristo no ocurrirá sin que, antes, el pueblo judío se expanda en Medio Oriente. Consideran por lo tanto imperativo apoyar en todo a Israel. A ellos se suma una parte de la comunidad judía norteamericana, no mayoritaria, pero sí con muchos recursos para financiar campañas electorales, que defiende en general las posturas de Netanyahu.

Ambos grupos constituyen un poderoso lobby, tal como indican, en particular, los investigadores norteamericanos John J. Mearsheimer y Stephen M. Walt en un famoso libro publicado el 2007 y, ahora, tienen un peso considerable en la Casa Blanca.

La consecuencia es que Estados Unidos ha devenido, para todo efecto práctico, en un policía particular al servicio de Israel, aun a costa de sus propios intereses.


Escrito por

Francisco Belaunde Matossian

Analista político internacional. Profesor en las universidades Científica del Sur y San Ignacio de Loyola


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