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Balas perdidas en Medio Oriente

Publicado: 2017-11-18

En estos momentos abundan. Ojalá se tratara de “balas” en el sentido estricto de la palabra, pues aunque cada una puede tener efectos trágicos al herir o matar a una persona, el peligro que representan es mucho menor que el que significan actualmente determinados gobernantes con gran influencia en lo que sucede en esa parte del mundo y con enorme capacidad de devastación. Su comportamiento los hace merecedores del calificativo de “bala perdida”, según la expresión consagrada.  

El que más ha dado que hablar en los últimos días es Mohamed Ben Salman, príncipe heredero de Arabia Saudita, y hombre fuerte de ese país ante los problemas de salud de su padre, el rey Salman ben Abdelaziz Al-Saud. A sus 32 años, el también conocido por sus siglas “MBS”, ostenta el cargo de ministro de defensa, entre otros que le confieren un inmenso poder. No obstante, parece haberse sentido en la necesidad de consolidarlo aún más, pues ordenó, a través de una novísima comisión gubernamental anticorrupción y sin hacer valer acusaciones concretas, el arresto de decenas de miembros de la familia real y de altos funcionarios que fueron así confinados en las habitaciones de un hotel de lujo. Más allá de que los altos personajes pudieran efectivamente estar implicados en actos deshonestos, como muchos analistas señalan, parece también claro que su detención permite a “MBS” dejar fuera de juego a rivales y opositores potenciales. En paralelo, el príncipe ha elaborado un ambicioso plan de modernización de la economía de su país para reducir drásticamente su dependencia del petróleo. A ello se añaden, en los planos social-religioso, audaces reformas, como la de permitir a las mujeres, no solo manejar autos, dentro de unos meses, sino, casi tan fantástico como eso, asistir, no a todos los estadios, pero, por lo menos, a tres de ellos debidamente acondicionados con áreas separadas para el público femenino. En general, más allá de la mirada irónica que se pueda tener de esa “revolución”, la idea anunciada es promover una línea del Islam más moderada que la de la corriente oficial y ultraconservadora del wahabismo.

Sin embargo, el activismo del joven gobernante no se limita al plano de la política interna, sino que atraviesa las fronteras, y es aquí donde la cosa se vuelve inquietante para la región y para el mundo. Ello porque las medidas que vienen siendo adoptadas desde Ryad podrían conducir a un escalamiento aún mayor de los enfrentamientos bélicos que ya asolan el Medio Oriente, con la apertura de nuevos frentes bajo el acicate de la tradicional rivalidad geopolítica entre Irán y Arabia Saudita.

Así, la intervención de esta última en la guerra civil del vecino Yemen, a partir de 2015, lejos de menguar, se acrecienta, a través de la intensificación de los bombardeos aéreos a la posiciones de los rebeldes hutíes, pertenecientes a la rama chiíta del Islam, y que, según las denuncias saudíes, recibirían apoyo iraní. Las consecuencias humanitarias son catastróficas, según la alerta lanzada por la ONU y, más aún, debido a la imposición de un bloqueo que impide hacer llegar ayuda a la población en alimentos, agua y medicinas.

A lo anterior se suma, el aislamiento de Qatar, en castigo, en particular, por su acercamiento con Teherán.

El más reciente capítulo ha sido la renuncia del primer ministro de Líbano, Saad Hariri, desde la capital saudita, bajo coerción, según la mayoría de analistas, del gobierno de “MBS” que, con esta movida, buscaría aislar al Hezbollah, el poderoso movimiento político-militar chiíta, financiado por Irán, que constituye un verdadero estado dentro del Estado libanés. El problema es que, en un país que sufrió una terrible guerra civil entre 1975 y 1990 y con equilibrios persistentemente muy frágiles entre las diferentes fuerzas, existe siempre el alto riesgo de que las tensiones políticas degeneren en nuevos enfrentamientos armados. Es decir, “MBS” estaría jugando con fuego. Peor aún, parece dispuesto a atizarlo, alentando una guerra contra el Hezbollah, para lo cual buscaría incluso la intervención de Israel, según versiones de diversos medios de prensa.

No obstante, el Estado hebreo, si bien tiene su propio conflicto con esa organización, no se ha mostrado muy dispuesto a desencadenar en estos momentos una nueva operación bélica masiva como la de 2006. En este caso preciso, el primer ministro Benjamin Netanyahu no actúa como una “bala perdida”. Ojalá tuviera la misma prudencia en lo que se refiere a su política, adversa a la paz, respecto de Gaza y, en particular, en Cisjordania donde continúa imparable la colonización judía, robándose tierras a los palestinos y encajonándolos progresivamente en pequeños “batustanes”, al estilo de la Sudáfrica del Apartheid; ello, además de emprender una limpieza étnica subrepticia a través de medidas burocráticas como negar licencias de construcción para viviendas y otros inmuebles, y no otorgar la residencia a los cónyuges extranjeros de palestinos, y así empujar a éstos a irse a vivir a otra parte.

Por su parte, el presidente norteamericano Donald Trump es el ejemplo perfecto de la “bala perdida” en todos los escenarios. En el Medio Oriente también hace de las suyas, alentando a “MBS” en sus diversas aventuras, y debilitando el acuerdo nuclear con Irán. .

Otro personaje inquietante es Recep Tayyip Erdogan, el presidente turco que ha mandado sus tropas a Siria bajo el pretexto de combatir a ISIS, pero, sobre todo, para frenar a los kurdos, aliados de su aliado norteamericano, y también a Irak.

En cambio, el mandamás ruso Vladimir Putin, se muestra como un calculador bastante más frío y ha sabido sacar provecho de la tragedia siria. También hábiles, aunque con una dosis de temeridad, son los jefes de los Guardianes de la Revolución de Irán, que impulsan la agenda agresiva de su país con la bendición del líder supremo, el ayatolá Alí Khamenei, aunque no siempre en sintonía con la política más pragmática de Hasán Rohani que, si bien es el presidente, no tiene la última palabra en el sistema político de la República Islámica.

Por último, el sátrapa de Damasco, Bashar al Assad no es una “bala perdida”. Es un genocida que, por conservar el poder, llevó a su país a la hecatombe. El apoyo de Rusia, Irán y el Hezbolah le permitirá mantenerse en la cúspide, aunque sobre un montón de ruinas.


Escrito por

Francisco Belaunde Matossian

Analista político internacional. Profesor en las universidades Científica del Sur y San Ignacio de Loyola


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