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¿Opinamos o destruimos?

Publicado: 2017-08-05

Si nos atenemos a las enseñanzas de Platón, la opinión está a medio camino entre la ignorancia y el conocimiento. Quien la emite entonces, debería hacerlo con la prudencia y la modestia de quien sabe que solo conoce una parte de la realidad y que el resto de lo que dice es producto de operaciones de su intelecto como la especulación, la deducción, la estimación de probabilidades, entre otras.   

Sin embargo, en estos tiempos, cuando leemos o escuchamos opiniones políticas en los medios y en las redes, notamos que muchas de ellas son emitidas con el tono perentorio de quien formula una verdad comprobada. Es decir, parece que el buen filósofo griego estaba equivocado, y que la opinión es sinónimo de ciencia.

Esta discrepancia obedece tal vez a que, lo que Platón llama “opinión”, es un medio para vislumbrar o acercarse a la realidad, y el intercambio de opiniones permite avanzar aún más hacia ella. Es decir, hay una finalidad constructiva. En cambio, en el debate político de estas épocas, en particular, el que se lleva cabo a través de las redes, lo que es denominado “opinión” es un arma arrojadiza contra el interlocutor o contra terceros. Es decir, no se trata de edificar nada, sino de destruir.

En el primer caso, hay una conversación en un tono de respeto. En el segundo, un cruce agrio, cuando no grosero, de dardos.

A nivel mundial, se multiplican las voces de sociólogos, comunicadores y pensadores en general, sobre las graves consecuencias para la convivencia entre las personas y para la democracia que puede tener la violencia que se observa en las redes sociales. Se propone una serie de medidas, como por ejemplo, la creación de páginas electrónicas que inciten a las personas a buscar opiniones distintas de las suyas, evitando así que se encierren en plazas fuertes mentales en las que conviven únicamente con quienes piensan como ellas, y en las que se ven envueltos en una espiral de radicalización y de cólera que se retroalimenta. Otros exigen que las empresas de internet actúen con mayor firmeza contra los mensajes de odio y discriminadores. Asimismo, se plantea que los poderes públicos dicten normas represivas.

Como parte de este esfuerzo, se podría tal vez sugerir que los usuarios de las redes sociales exhumemos algunas expresiones de nuestra de acervo lingüístico que parecen haber caído en desuso, y que las utilicemos en particular  cada vez que tengamos el impulso de acusar a alguien de un hecho sin estar seguros de que estamos en lo cierto. Aquí van algunas: “creo”, “parece”, “a mi entender”, “hasta donde sé”, “sospecho”, “no lo puedo asegurar pero…”, “en mi opinión”.

Es posible que esas palabras tengan un efecto moderador tanto entre quien las pronuncia como en sus interlocutores, que podrían así verse incitados a replicar de la misma manera y podríamos así todos relajarnos un poco. Además, son una muestra de honestidad intelectual, porque las más de las veces, no podemos asegurar lo que decimos. 

Busquemos instalar esta suerte de disciplina en la expresión en las redes, y, también, por cierto, promoverla en los colegios y en las universidades.


Escrito por

Francisco Belaunde Matossian

Analista político internacional. Profesor en las universidades Científica del Sur y San Ignacio de Loyola


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