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La paradoja del Asia- Pacífico

Publicado: 2016-11-22

Se suele decir que el comercio es una herramienta de paz entre las naciones, por encima, incluso, de la diplomacia. Es cierto, al punto que ese aserto es el fundamento de la creación de la Unión Europea.  

No olvidemos sin embargo, que la historia nos dice también que puede ser lo contrario, pues muchos episodios bélicos han sido generados por la voluntad de gobernantes de favorecer los intereses comerciales de sus respectivos países. Felizmente, en estos tiempos, se tiende a procesar los apetitos y a resolver las desavenencias en ese campo, por la vía de la negociación o, en todo caso, por el camino jurisdiccional, a través de instituciones como la Organización Mundial del Comercio, y de otras de nivel regional.

No obstante, respecto de la afirmación inicial, el Sudeste Asiático y, en general, la zona del Asia- Pacífico constituye actualmente un caso bastante singular pues en ella se da una cohabitación de una intensa actividad económico-comercial con fuertes tensiones geopolíticas que parecen ir in crescendo.

No hablemos de la situación en torno a Corea del Norte, pues su régimen dinástico la ha puesto al margen de los intercambios no solo regionales sino también mundiales, sino de lo que viene dándose entre socios comerciales como China, Japón, Corea del Sur, entre otros, además de Estados Unidos, que se las ingenió para convertirse también en un país asiático.

A diferencia de lo que ha ocurrido en Europa, las guerras del siglo pasado todavía enturbian los vínculos actuales, impidiendo una verdadera reconciliación, debido particularmente al nacionalismo persistente en Japón que lleva a resistirse a pedir disculpas sin remilgos por las atrocidades cometidas por las fuerzas imperiales contra los chinos y los coreanos en particular.

A lo anterior se suman las reivindicaciones territoriales cruzadas por diversos islotes y espacios marítimos entre, especialmente, China, Corea, Japón, Vietnam y Filipinas. La primera, por cierto, haciendo sentir su creciente poderío, se ha sentado ostensiblemente sobre el derecho internacional, estableciendo instalaciones militares en los lugares disputados para crear situaciones de facto irreversibles; incluso, ha ignorado olímpicamente una decisión de la Corte Internacional de La Haya contraria a su posición. Estados Unidos, por su parte, también hace sentir su voz, oponiendo la libertad de navegación a las pretensiones chinas, además de respaldar a sus aliados.

Por cierto, a ese contexto obedece el famoso cambio de eje de la política norteamericana anunciado por la saliente administración de Barack Obama, para prestarle mayor atención al Asia- Pacífico respecto de otros escenarios mundiales.

La cosa ha llegado a niveles que han hecho pensar en algunos momentos en el posible estallido de una guerra. Felizmente, la acción de las armas se ha limitado hasta ahora a “pechadas” o gestos simbólicos, como el sobrevuelo de aviones militares y el paso de navíos por las zonas disputadas. Ojalá no se vaya más allá, y, al revés, se relajen las tensiones.

Habrá que ver qué sucede con el próximo inquilino de la Casa Blanca, Donald Trump. De repente, aplica su discurso aislacionista de campaña y abandona a los aliados tradicionales de su país, dejando así la cancha libre a las ambiciones chinas. Aunque ello parezca poco factible, es verdad que, como hemos podido constatar, con el magnate inmobiliario, lo improbable se puede convertir en realidad.


Escrito por

Francisco Belaunde Matossian

Analista político internacional. Profesor en las universidades Científica del Sur y San Ignacio de Loyola


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